TATATO

HASTA SIEMPRE, QUERIDA TATATO
El corazón más grande, la inteligencia más sutil
Durante los primeros minutos del pasado 7 de mayo de 2018 falleció María del Rosario Baravalle.
Pero en realidad lo que pasó es que se nos murió nuestra querida Tatato.
Decirlo, escribirlo, leerlo, nos pone en un estado difícil de describir con una sola palabra, pero comprenderán bien si les decimos que oscila entre la incredulidad, el desgarro y la impotencia.
Porque no lo podemos creer, porque no deja de dolernos y, como siempre en estos casos, porque no hay nada que podamos hacer. 
Tatato fue para nosotros muchas cosas: profesora, compañera, colega, amiga, compinche. Con ella hicimos lecturas, proyectos, integramos cátedras, dictamos cursos, especializaciones, viajamos a congresos, y muchos etcéteras... pero sobre todo, bebimos hectolitros de café, tomamos barriles de cerveza, fumamos como cosacos, nos hemos reído mucho... muchísimo, y, también, a finales de 1996, pensamos que había que hacer una revista. Y la hicimos, tan exageradamente, que del primer número imprimimos un millar de ejemplares.
Sería ocioso e injusto contar ahora los pormenores de aquellos inicios, porque lo que importa es subrayar el lugar que ella se dio y quiso ocupar: fue secretaria de redacción, codirectora, miembro del comité editor, canjista, bibliotecaria, todo... pero, lo más importante, es que durante muchos años su casa fue sede de reuniones que tenían una duración épica, donde el contenido de un artículo se discutía como si fuera un asunto de Estado pero también donde la amistad se cocinaba a fuego fuerte en la parrilla de su quincho o se regaba con cervezas y tintos regularones, de gente con bolsillos flacos, entusiasmo firme y corazón contento. 
Por esas reuniones no solamente pasaron todos los miembros que integraron el comité de redacción de esta revista, sino también sus hijos (nuestros hijos), parejas, amigos y, además, muchos colegas internacionales que, de paso por Rosario, jamás se negaban a disfrutar de su extraordinaria hospitalidad: Bernard. Vincent, Maurice Aymard, Josemari Imízcoz, Juan Carlos Garavaglia, José Javier Ruiz Ibáñez, Gaetano Sabatini, François Godicheau, Óscar Álvarez Gila y tantos otros. 
Detrás de todo esto había, además, una valerosa y valiosa familia de sangre y techo, los López, de fierro, geniales, consentidores, que acompañaron a Tatato en esta y en tantas otras de sus sociabilidades con una generosidad que era, ya se advierte, un sello de la casa.
De Tatato se ha dicho muchas veces que era generosa, solidaria, genial. Pero era además –como todos en su familia– extremadamente inteligente: sabía qué partidos jugar y cuáles no, en qué proyecto meterse y en cuáles no, y nos enseñaba cuál era el papel que a cada uno de nosotros le cabía en cada caso. Sabía que lo mejor era viajar y que el tiempo con sus nietos no se cambiaba por nada. Sabía que un pucho, un café o una cerveza menos cambiaba la fecha, pero no el resultado final. Nos remedaba, era la única que tenía derecho a hacerlo, y –cuando hacíamos algo que nos iba a perjudicar–, era también la única que nos acomodaba en cinco segundos diciéndonos: "¡pero sos un pelotudo!". También cuando nos protegía: "¡pero por qué no le decís a fulano que se vaya un poquito al carajo!". Y siempre tenía razón. 
Tatato nos ayudó a gestionar una revista, pero también a gestionar la desilusión, el dolor y el sufrimiento. Nos acompañó siempre. Al final, esos días que nadie sabía que iban a ser los últimos de su vida, la pasó muy mal y –como no podía ser de otra manera– no nos permitió más que un acompañamiento al teléfono, no quiso dejarse ver.
En el último café le dijo a uno de nosotros que esta enfermedad le había permitido saber que no había pasado al pedo por la vida, que había muchísima gente que la quería y que eso la había hecho muy feliz. Que si se curaba, bien. Pero que si se iba, se iba tranquila. Claro que no hacía falta. Todos los sabíamos y por suerte, pudimos decírselo. 
Lo importante ahora es que lo sepan los demás: no se fue sólo una profe querida por todo el estudiantado histórico que la conoció; no se fue sólo una compañera de laburo genial en cualquier ámbito; no se fue nuestra histórica secretaria de redacción, no se fue sólo una persona extraordinariamente inteligente y generosa, se fue una de esas personas imprescindibles que, con su sola presencia, ponía en órbita cada cosa del desorden del mundo conocido.
Querida amiga, podemos estar horas listando lo que nos dicta el corazón, sin evitar sentir que no basta, que siempre nos quedamos cortos, y que al final es así: te fuiste puteando, nos dijeron, e hiciste bien. 
Lo único seguro es que tus energías nos acompañan y nos mueven y que, cuando nosotros dejemos el envase en tierra, también seguirán acompañando a todos aquellos a quienes hayamos podido transmitir aunque sea un poquito de tu esencia. 
¡Bon voyage, Tatato! ¡Nos vemos!














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